No fue un caballero andante, ni un príncipe azul, ni aquellos superhéroes de las películas, quienes me enseñaron el significado de la palabra coraje. Podría contaros que lo aprendí solo, enfrentándome a la vida y sus maltratos, pero no sería sincero.
Cuando tuve capacidad para reconocer el verdadero coraje, no ese henchido de testosterona que se expresa a golpes en las calles, los bares o el hogar, sino aquel capaz de afrontar la aciaga cotidianidad, de esforzarse cada día, de arrostrar las infinitas dificultades y superarse por quienes te importan, comprendí que el coraje tiene nombre de mujer. Gracias.
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