El pueblo seguía tan blanco y pobre como lo recordaba.
Después de tantos años, Santiago había regresado a él esa tarde para la misa de funeral en la vieja iglesia de san Antón.
Vio a su madre en las primeras filas, desconsolada por aquella muerte. Santiago no se apartó de su lado.
Al final del oficio, antes de que los empleados de la funeraria le pusieran la tapa al féretro, Santiago le había echado una última mirada al difunto: le pareció que no tenía muy mal aspecto, aunque le costó reconocerse en aquel rostro embalsamado.
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