Sólo la acuciaba una pregunta, si él pensaría todavía en ella. ¡Coño!, ya hubiera querido él tener cabeza para esos deleites libidinosos, pero no. Lo atenazaban cuestiones más urgentes que resolver. Verbigracia, cómo respirar teniendo encima tanta floresta, cómo romper la madera cuando pudiera moverse a placer nuevamente y qué hacer para convencer a moscas y escarabajos que las apariencias engañan, que lo suyo no es el típico caso de carroña para manducar a mil dientes, sino el de un enterramiento prematuro fraguado por el cráneo cornudo del marido de ella aprovechando la ventura de una catalepsia servida en bandeja de plata para cobrar venganza.
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