Siempre tuve debilidad por quedarme observando por varios minutos a la mujer dormida a mi lado. Ahí estaba ella, extremadamente bella con sus ojos cerrados, totalmente inmóvil e irradiando una serenidad envidiable. Recorrí con la mirada cada detalle de su rostro; sus mejillas, su nariz, sus bordes y su boca inerte vacía de expresión... ahí me detuve, como esperando que algún sueño furtivo le haga esbozar una sonrisa. Es perfecta… tan tierna.
El sueño me invadió y dejé caer mis párpados con toda esa paz de algún modo robada, apropiada traicioneramente. Al despertar ella ya no estaba. Nunca supe su nombre, el color de sus ojos o el timbre de su voz...
...tampoco en cuál bendita parada del autobús descendió.
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