lunes, 28 de diciembre de 2015

Club Antisocial (Conem)

Hoy hace cuatro años que formo parte del Club Antisocial de mi ciudad. Para celebrarlo, me he comprado una tarta de chocolate, me he hecho un café solo - soy así de irónico - y me he sentado en mi sofá en el más estricto de los aislamientos humanos. La etiqueta de la asociación es fiel al nombre de la misma: miembro aquel que reniegue de cualquier convencionalismo respetado popularmente y carezca, además, de toda habilidad social. ¡Somos el deshecho cooperativo de la humanidad!

 El club funciona como un laboratorio experimental de emociones, cada uno con su lacra – asesinos, mentirosos, ladrones, extremistas, cobardes, tramposos, estúpidos- trata de practicar el acto comunicativo estándar que luego tratará de extrapolar a la vida real. Nos reunimos todos los días, aunque todos los días faltemos casi todos - consecuencia inmediata de la sociopatía -, tratando de adaptar la jornada a las dificultades del grueso del grupo.  Se suele comenzar con el nivel Conversación de ascensor, pudiéndose alcanzar el grado Cita si el esfuerzo es constante. Casi nadie ha llegado a este nivel  sin acabar en un ataque de ansiedad. Es divertido.

Mi recorrido hasta el momento ha sido positivo; ahora, si me concentro y tomo una dosis adecuada de café, soy capaz de sustentar un diálogo durante dos minutos y medio en tono cordial. Mi orientador -veterano en evidente mejoría - me asegura que si sigo así pronto podré casarme. Charlie es mentiroso patológico, pero un buen tipo ante todo.

Hoy me ha empezado a entrar miedo imaginarme estando mejor y teniendo que abandonar el club. Por eso he decidido meter el gato a la lavadora y ponerlo a tender. Puede que luego me lo coma.

¡Qué bonito día hace hoy!

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