Llegan juntos, caminando. Entran, el más joven, el guapo, con los ojos clavados en el suelo. Alguna mirada furtiva a su pareja: el hombre que, con tanta seguridad, se encarga de todos los detalles: "los datos justos", "no molestar",... ¡Ah! y pago en efectivo, por adelantado. Es de día.
Varias horas después, salen uno tras otro. Primero el hombre, saluda, toma un mapa del mostrador y se despide con aplomo; luego el muchacho "invisible" que, como avergonzado, ¿aterrado? y sin despedirse, apenas hace un movimiento de cabeza.
Hay algo diferente en la pareja, distinto brillo en los ojos, distinta manera de caminar, la indumentaria: demasiado abrigo.
No hacía frío en París en el atardecer de ese viernes trece de noviembre.
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