Vicente abrió los ojos justo a tiempo; comenzaba a amanecer. Desde que tuvo el accidente había nacido setecientos ochenta y seis veces, exactamente los días transcurridos desde entonces, las alboradas que le habían relanzado a una vida que estuvo a punto de perder cuando estaba más que perdida. Por eso ya no faltaba nunca a su cita con la luz, a su cita con la vida.
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