¿Quién cómo ella, que levantaba en ciernes cualquier caída mirada ?. Allí debajo de un techo de acartonado. Después de las calles rotas de dolor. Luego de caminar por jardines sordos de flores, más adelante, de sentir hundido, todo en mi puño. Mis calzados solo entrampados besaban a la fuerza la acera. El frío comiera mis huesos en descobijo, y el calor calcinara mi espalda. El sudor llenaba sus jarras dormidas. Me gritaran los platos, su hambre. Soñaba no vivir, y despertaba muriendo. Ninguna balanza es tan justa, como su voz sin horario. Llegó sigilosa, sorpresiva para quedarse, la esperanza.
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