Con la marea baja, la playa reveló un inusual regalo: calaveras portuguesas varadas.
Sus tentáculos violáceos y venenosos eran un recordatorio frágil de su peligrosa belleza. Los bañistas observaban maravillados y aterrorizados, manteniendo la distancia mientras el mar entregaba su enigma mortal. La naturaleza recordaba su poder, tejiendo un cuadro de respeto entre la orilla y el océano. Con la marea alta, las calaveras portuguesas regresaron a lo profundo, dejando en la playa la huella gelatinosa de su presencia letal.
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