Llegó tarde para darse cuenta de ello, pero de inmediato sintió, en su fuero interno, en lo más privado, prohibido y odiado de su ser, que debía sacar la espada de la piedra.
Lo intentó de todas las formas que alguien alguna vez le dijo, suspirando, llorando y gritando. También lo hizo como su instinto le impulsaba pero siempre falló…Hasta aquel día nunca llegó a pensar que no existía tal piedra y que la espada nunca estuvo clavada. Al ser consciente, sintió el fuerte acero en su puño y su corazón pétreo al fin liberado.
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