- Abuelo, ¿Has visto alguna vez un lobo?
- Juraría que sí, Arwen. Ocurrió una noche de invierno, cuando tenía trece años, mientras cenaba con tus bisabuelos, y, súbitamente, los cencerros y las esquilas del rebaño empezaron a repicar extrañamente. Mi padre, con absoluta certeza, sentenció:
- ¡El lobo! Coge la perra y sal por el camino mientras yo voy atrochando.
No rechisté. Salí temeroso e indeciso, caminé con la perra refugiada entre mis piernas, hasta que muchas ovejas, buscando protección, me rodearon. Tras ellas, el repentino fulgor de dos ojos centelleantes mirándome fijamente erizaron mi piel y me inmovilizaron.
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