Enviado desde Correo para Windows
El imbécil de mi hermano, vestido con el traje de Supermán que le habían regalado por su cuarto cumpleaños, se ajustaba la capa roja a su rollizo cuello, estiraba los brazos y al grito de: ¡soy Supermán! saltaba una y otra vez desde el sofá. Yo intentaba hacer los deberes y sus gritos me exasperaban. Así no aprenderás a volar nunca -le dije saliendo al balcón. Sí que aprenderé, sí que aprenderé -repetía el imbécil encaramándose al sofá. Mejor desde aquí -le dije acariciando la barandilla. Miré al cielo: anochecía. Escudriñé la calle: desierta. Un perro ladró a lo lejos.
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