Todo empezó cuando Gabriela cambió nuestros ratos de bar por el club de lectura, y su casa se llenó de Aurelianos. Aseguraba vivir pasiones selváticas en la hamaca del patio. Luego a la Gregoria le salieron antenas y patitas, y se metía bajo la mesa. Pero lo peor fue lo de Agustina. Dice que pidió a la bibliotecaria el más cortito que tuviera. Ahora, cada vez que se despierta de la siesta se encuentra uno nuevo mirándola, y se lo trae al bar sujeto con su correíta. Menos mal que han puesto un cartel que prohíbe la entrada de dinosaurios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.