Las batallas fueron coloridas y cruentas. Los frentes se combaron al albur de los trabucos de confeti, las flores desmigajadas a pisotones en las solapas de los caídos, los bramidos desacompasados. Al marcial ritmo de los manotazos al aire y los ojos cerrados, de las bofetadas desmesuradas. Con la delicada cadencia de las armonías pergeñadas por las charangas de mutilados y siameses y niños lobo desde las laderas.
Al llegar el telegrama, el cojín flatulento ventoseó con la desgana de las pilas agonizantes y el osado gimoteo de la madre.
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