Gregoria se levanta a las seis de la mañana, ahí cuando ni siquiera el Sol ha querido desprenderse del edredón. Fernando, a las nueve, dice que Dios ya le ha ayudado mucho durante su vida, decide prestarle la suerte a aquellos que la necesitan.
Desayunan a destiempo, se duchan a destiempo. Ella le prepara café, a nadie le sale tan exquisito como a su amada. Hoy se han reído a carcajadas porque el perro ha empujado la taza, el desastre ha perdido importancia cuando se han mirado a los ojos. Se aman siempre a tiempo. Solo han pasado sesenta años.
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