Sumergirnos en el lago que había junto a la casa. Esa era nuestra diversión desde que marchamos de forma apresurada a aquella zona montañosa.
Papá nos decía que se trataba de una actividad muy divertida y, además, excelente para nuestra salud.
Y así estuvimos batiendo récords de inmersión durante meses.
Todo cambió cuando una madrugada nos despertó con urgencia y nos obligó a lanzarnos al agua. "Aguantad lo que podáis", nos dijo.
Así lo hicimos.
Muertos de frío nos abrazamos y resistimos el tiempo justo para que aquellas sombras siniestras realizarán su trabajo con rapidez.
Y lloramos por papá.
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