La abuela la contemplaba cuando aún ella no había abiertos sus ojos.
- ¡Qué belleza, pureza, armonía y perfección! No permitiré que el mundo la lastime como hizo conmigo.
Su corazón parcheado a veces se olvidaba de latir y era entonces cuando daba un profundo suspiro. Había amado, llorado, reído, sufrido… había querido volar, dejado ir, había aceptado… pero nunca había olvidado.
Dos lágrimas caían, mojando los surcos que la vida le había cincelado en su rostro, ese que también fue bello.
Entonces una mariposa se posó en su oído y le susurró: "A la mujer, como a la mariposa le llega su esplendor tras su paso por la obscuridad".
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