¡Muere! Susurró mientras la apuntaba con el arma que tenía en la mano. No tendría piedad. No sabía si había sido ella, pero alguien tenía que pagar, y no iba a permitir que le volvieran a atacar; por lo menos aquella no lo haría, le daría muerte cuando la tuviera a tiro. La perseguía sigilosamente y aún no se había dado cuenta. Sabía que en algún momento tenía que parar, y en el instante que se acomodó en el sofá, él levantó la mano y la golpeó. Allí, quieta, parecía que no le hubiera picado a nadie, la mosquita muerta.
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