No tuvo libertad de elección. Se dirigía a ese precipicio inexorablemente. Fue consciente. Su memoria sufría una caída libre hacia un abismo de no retorno: de oscuridad y vacío. Un reino de abandono y desahucio del ser, no habitable para el conocimiento y el afecto. De pérdidas.
Sería cuestión de tiempo, como aquel marcado por la hoja roja al final de la caja de cerillas, el que determinara que este no fuera vivido. Y que preguntas como: ¿Quién soy?, ¿Quién eres?, no tuvieran respuesta.
El cruel Alzhéimer ganó la partida.
Tranquilo, papá, el olvido será solo un sustantivo. Te recordaré.
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