Es descorazonador estar hospitalizado y que venga a vernos un desconocido con flores, sobre todo si tiene aspecto de ser el tío solterón de alguien y no va bien afeitado.
Por error, el hombre cree estar visitando a su jefe, y yo, vendado de pies a cabeza, no puedo desengañarlo ni hacer que se vaya.
Empieza a contarme cosas de la empresa. Me quedo dormido.
Despierto y el extraño aún sigue hablando, ininterrumpidamente. Decido entonces, mientras la luz baja de la tarde va dando a las cosas un depresivo ocre de abandono, comunicarle, serena pero firmemente, que está despedido.
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