Hablo por teléfono con la última amiga viva de mi madre, cumple noventa años y me dice sorprendida:
—Qué alegría, muchas gracias.
—Es un placer, Pepa.
—Cómo nos queríamos tu madre y yo.
—Lo sé.
Y Pepa, como si nada, estrena sus noventa años:
—¿Sabes que tu madre era una puta?
Oigo voces desde el otro lado, «pero mamá, qué dices, por favor».
—Qué me vas a contar —Suspiro—. Bueno, ¿y tú, cómo estás, qué haces?
—¿Qué qué hago? Pues ahora mismo hablar con un hijo de puta.
La lógica implacable de Pepa me deja mudo.
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