Rompecabezas
Al tiempo que recoge los pedazos de su corazón de la alfombra cuenta entre lágrimas: «Ochocientos noventa y cinco, ochocientos noventa y seis…». Acto seguido los amontona sobre la mesita del salón, silencia el teléfono y pone música ligera. Después se sienta sin pulso en la butaca, frente a la ventana. La lluvia amenaza con borrar la ciudad y hace días que el helado de vainilla rebosa del congelador. Le cuesta admitirlo, pero se ha quedado la típica tarde de perros para empezar y acabar del tirón un puzle de mil piezas. O recomponer un jarrón chino, quién sabe.
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