Apenas tenía seis años cuando escuché el sonido del percutor de un arma de fuego.
El trauma pudo haber sido más llevadero con la compañía de mi madre durante las noches siguientes, cuando el estruendo de la detonación acudía a mi cuarto a moldear mis pesadillas. Pero, ¿cómo podía tranquilizarme la causante de mis desvelos, quien empuñó el arma y disparó con una carcajada funesta?
Con el tiempo descubrí que no se reía porque verme llorar le resultara divertido. Era más simple: el cañón de la pistola le hacía cosquillas en la sien.
--
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.