jueves, 1 de mayo de 2025

"Crónica de lo invisible" (Virtudes)

 Salí a caminar, necesitaba aire fresco, dejar mi mente en blanco. Dejé el móvil y el bolso en el apartamento, salí indocumentada. 

Quería ser eso, nadie en esta vida... 

Era una noche preciosa, no había mucha gente, solo murmullos del aire y alguna carcajada en las hojas de los árboles al rozarse. 

Paré en una taberna, me gustaba su fachada, siempre me quedaba mirando esos dibujos antiguos y sus maderas decoradas, parecía una posada mágica. 

Respiré hondo y entré, algo me impulsaba a que lo hiciera, necesita beber, salir de la rutina, hacer algo nuevo. 

Bajé dos escalones, el local me gustó a primera vista, me transmitía tranquilidad y paz. 

Miré a mi alrededor intentando ver un lugar donde sentarme y alejada de las cinco personas que había en la taberna. 

Sentía sus miradas, como si un extraño entrara en sus casas, saludé y seguí caminando 

Decidí en un instante, me sentaría en aquella mesa apartada al fondo, detrás había un cuadro, cuatro ángeles que estaban jugando, me pareció divertido. 

A los cinco minutos llegó el camarero, muy serio, pero con voz muy amable me preguntó qué deseaba tomar, le pedí un café solo bastante fuerte. 

Saqué mi cuaderno de notas, mi lápiz y la goma, es lo único que puedo borrar de mi vida, mis locas palabras y alguna que otra falta. 

Mientras me tomaba el café observaba a mi alrededor, mi mirada se cruzaba de vez en cuando con las personas que estaban allí, se les notaba más relajados. 

Cogí mi lápiz y empecé a escribir, describiéndoles, sus formas de beber, sus gestos, sus voces que eran murmullos para no entorpecer al resto 

En la barra un hombre de unos cincuenta y tantos años, delgado, rubio y con ojos verdes, tenía un acento especial, no parecía de esta ciudad. 

Hablaba de política con el tabernero de unos sesenta años, parecían estar los dos en desacuerdo, pero me impresionó su forma de debatir, sin necesidad de alzar la voz. 

En la mesa de mi derecha una pareja de unos cuarenta años se veían enamorados, de vez en cuando ella tocaba la mejilla de él y él la besaba en la frente, se bebían el café muy despacio como si no desearan que se acabara. 

En la otra mesa, a mi izquierda, dos hombres de avanzada edad, unos ochenta años. Uno estaba leyendo el periódico y el otro haciendo crucigramas, con unas copas de coñac. 

Mirando a mi alrededor, me daban paz, como si el tiempo allí no pasara, me sentía como en otra época, como si al salir no fuese a encontrar todo como lo dejé. 

Pero también me sentía observada, ya no por ellos que de vez en cuando me miraban, sino como si alguien estuviera haciendo conmigo lo que yo con esas personas, observándolas. 

Miré a mi alrededor dejando en mi mente cada rincón de ese lugar tan simple pero a la misma vez tan mágica. 

Al girar mi cabeza, en la parte derecha de la barra donde apenas había luz, sentí una mirada...

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