Yo soñé una noche a un pez, con su brillo metálico empapado; soñé que lo tomaba en mis brazos como a una cría, y le daba calor. El pez buscaba entonces mi seno y arrimaba su boca violácea: le di
de mamar, y conforme la leche acaloraba su cuerpo escurridizo, iban creciéndole pequeñas plumas de entre las escamas. Darle alimento era como un estado meditativo.
Iban creciendo sus alas extrañas. No tardó en irse de mi regazo.
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