En el año 2046 la ciencia demostró de forma incuestionable que nada tenía sentido. Las ideas que habían sostenido las civilizaciones de todo el mundo no valían más que un sorbo de agua fresca. Como no había un porqué, nunca nadie volvió a hacerse una sola pregunta. Ante este horror, yo viví el resto de mis días en una pequeña casa de la vega de Granada. Mis vecinos fueron mis amigos, mi familia las hormiguitas de la tierra y mi trabajo fue beber todos los días largos tragos de agua fresca.
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