LA CESTA DE MIMBRE
Mis manos tienen más grietas que años. La azada y el sol hicieron muy bien su trabajo.
Amante de la tierra que me vio nacer —áspera pero bondadosa—, busqué siempre el consuelo que me daban sus cepas y los besos de esos vinos de ensueño que enamoraban.
Recuerdo a mi madre cargada con su cesta de mimbre llevándome la merienda en esas tardes cortas de septiembre de un amarillo pajizo, donde Dioniso danzaba al son de su canto y el ritmo de mis pies.
Las estrellas me la robaron. Hoy, la cesta, el dios y yo lloramos su ausencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.