Compré a un anticuario aquel viejo piano de cola con la única intención de decorar un rincón del salón de mi casa. Días después, y para impresionar a mi novia, se me ocurrió la idea de acoplar a su caja de resonancia un artilugio electromecánico que hacía que las teclas del piano sonasen solas mientras mis dedos morcillones simulaban que las pulsaban para conformar la hermosa melodía titulada Para Elisa, de Beethoven. Al cabo de cierto tiempo Elisa, mi joven y perspicaz novia, me abandonó con la excusa de que yo jamás aprendería a tocar ninguna otra melodía de piano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.