Ese 8 de marzo las reivindicaciones iban a ser desde los balcones: aplausos, banderas moradas. Cada uno en su casa.
La reconocí cuando salió a la terraza, en el bloque de en frente: lo habíamos hecho durante semanas para aplaudir a los sanitarios. Hoy también salía: pero sin aplausos, sin bandera.
Su hija de la mano y su ojo morado eran su enseña.
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