PUNTO Y FINAL
Apunté a la sien, pero no gimoteaba, ni suplicaba lastimeramente por su vida como pensaba que haría. Su actitud pétrea a pesar del terrible borrón me desarmaba. Fui yo, entonces, quien abrió la boca pidiéndole que me diera una sola razón para no apretar el gatillo. Miró a mi pistola, único lenguaje que parecía entender, y después a mis ojos. Mirada que me produjo escalofríos recordándome que nunca podría pasar página, ni olvidar a mi hija, ni perdonar a ese hijo de la gran puta. El muerto era yo. Introduje la pistola en mi boca y puse punto y final.
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