Leía un libro. Iba sumergida en la lectura cuando la vi subir; Vi a la protagonista de mi historia. Subió al vagón, me sonrió y con eso, fui feliz. No necesité más. Cerré el libro. Ella era mejor que lo que la ficción podía ofrecerme.
Ese día dejé de leer historias de aventuras y me centré en escuchar a mi madre relatar cada momento vivido, sufrido y superado. Juntas relatamos su resurgir olivando lo malo pasado y, afianzando la creencia de que lo ya vivido, quedó atrás. Gracias a ella, a su ejemplo de superación, rompo cualquier tipo de barrera.
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